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Primero de Mayo: “Asesinato Judicial”

“[...] se viene encima, amasado por los trabajadores, un universo nuevo, [...]”. José Martì. Carta a La República”. Honduras, agosto 14 de 1886. Nueva York, julio 8 de 1886. OC. 8:22-23.

 En 1889, en el Primer Congreso de la Segunda Internacional, se decidió declarar al Primero de Mayo como Día Internacional de los Trabajadores. Era el digno y perenne homenaje a los cuatro obreros asesinados en Chicago, el eterno reconocimiento a la lucha por los  derechos del proletariado mundial.

 José Martì, quien radicaba en los Estados Unidos, no estuvo ajeno a aquellos acontecimientos que estremecieron a la sociedad norteamericana y que pronto  se conocieron en Europa y otros confines.

 Como colaborador  de  La Nación, de Buenos Aires, José Martì le hizo llegar sus impresiones sobre  esos sucesos, en lo que se conoce como un Drama Terrible, donde relata lo que llamó  ”la guerra social en Chicago”.

 El Apóstol fue el único que desde su observación y criterio propios ofreció al lector del Sur lo ocurrido entre el primero y el  4 de mayo de  1886:

“Cree el obrero tener derecho  a cierta seguridad para lo porvenir,  a cierta holgura y limpieza para su casa,  a alimentar sin ansiedad los hijos que engendra, a una parte más equitativa en  los   productos   del trabajo de que es factor indispensable (…),  a algún rincón para vivir que no sea un tugurio fétido donde,  como en las ciudades de Nueva York, no se puede entrar sin  bascas. Y cada vez que en  alguna forma esto pedían en Chicago los obreros, combinàbanse  los capitalistas, castigàbanlos  negándoles el trabajo que para ellos es la carne, el fuego y la luz; echàbanles encima la policía.” (Obras Completas. José Marti. Ed. 1975. Pág. 339)

 Además de mejorar  sus condiciones de vida, la “casta obrera, determinada a pedir  como prueba de su poder que el trabajo se reduzca a ocho horas diaria”. Martì reconoce que se agotaron  las vías legales y pacíficas para alcanzar sus objetivos, pero no eran escuchados, lo que provocaba diversas huelgas y llegó a preguntarse: “Pues ¿no es ésta la batalla del mundo, en que los que lo edifican deben triunfar sobre los que lo explotan.”

 La represión policial había sido despiadada y seis obreros eran asesinados.

 Sus compañeros, muchos de ellos emigrados de Europa, se mantienen en las calles. Un orador exclama: “Es esto Alemania, o Rusia, o España.” No conciben tantos sufrimientos y terror en aquella gigantesca República.

 Más de 50 000 trabajadores con su familia, incluyendo niños,                                        se concentran en la plaza principal aquel 1 d e mayo de 1886  “a oír a los que les ofrecían dar  voz a su dolor”. Se escuchan disparos, hay una explosión. Varios obreros y un policía mueren. Reconocidos anarquistas son apresados y  enjuiciados.

 Este proceso, que la  prensa  “entera, de San Francisco a Nueva  York” falsea, Josè Martì  lo resumió así: “Todo lo que va dicho (se refirió a la táctica de los anarquistas), se pudo probar; pero no que los ocho anarquistas, acusados del asesinato del policía Degan, hubiese preparado, ni encubierto siquiera, una conspiración que rematase en su muerte. Los testigos fueron los policías mismos, y cuatro anarquistas comprados”.

Es indudable que los sucesos de Chicago, que marcaron para siempre el primero  de mayo como el Día Internacional de los Trabajadores,  dejaron una profunda huella en nuestro Héroe Nacional: “! Estos no son  felones abominables, sedientos de desorden, sangre y violencia, sino hombres que quisieron la paz, y corazones llenos de ternura, amados por cuantos los conocieron y vieron de cerca el poder y la gloria de sus vidas: su anarquía era el reinado del orden sin la fuerza:  su sueño,  un mundo nuevo sin miseria y sin esclavitud: su dolor, el de creer que el egoísmo no cederá nunca por la paz a la justicia…”

 

 

                                                                                 

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