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¡Oh!, México!, Bendita democracia¡ (II Parte y Final)

Hay quienes me preguntan dónde estoy. Pues en Mérida, evaluada por la ONU como Ciudad de la Paz. Por lo general predomina la tranquilidad, mientras en no pocas urbes del país asesinar o desaparecer niñas o niños, adolescentes o jóvenes es tan común, tan cotidiano, tan impune, que mete miedo.

Mérida no me resulta una ciudad asombrosa, es sencillamente hermosa, con sus habitantes amables y respetuosos, diversos centros culturales, plazas, parques, universidades, colegios e institutos, con calles y avenidas amplias, vestidas de lo colonial y de múltiples comercios y vendedores ambulantes con el predomino de edificaciones de una sola planta o piso, aunque comienzan a  levantarse estructuras majestuosas, imponiéndose lo que aquí llaman la alta plusvalía.

Es la capital del Estado de Yucatán, donde predomina la agricultura, el turismo y los servicios, con grandes proyecciones de desarrollo socioeconómico.

Al siguiente día de mi llegada, en la Plaza Santana, mi hijo y nuera me llevaron a desayunar y en un descuido me bautizaron  con el calientico picante, lo que me estremeció la gandinga (término que aquí no se utiliza). Dos niñas, de rasgos indígenas,  no me dejaban disfrutar de mi primer sabroso taco. No pasaban de los 8 años, se empeñaban, ese viernes en la mañana,  en venderme bellos objetos artesanales.

Paradójicamente conocí por  la prensa que esta ciudad, es de las primeras en el país por la mordida de los perros a los humanos, lo que por un tratamiento, completo cuesta 8 000 pesos. ¡Solavaya!, diría mi abuela Petronila.

Aquí fui protagonista de la visita a un hospital privado, en el reparto Alta Brisa. Pulcro, todas sus instalaciones climatizadas, cafetería en cada uno de sus pisos y una consulta de pediatría especializada en Alergia que si el doctor  Farías, en la ciudad de Ciego de Avila, en el centro de Cuba,  le ve, muere de infarto.  Trato exquisito, peluches de los personajes infantiles del momento para el deleite de los pequeños pacientes y nadie presionando en la puerta o pasillos para ser atendidos.¿?

A mi pequeña nieta, una hermosa y traviesa yucateca-cubana, se le detectó una leve lesión bronquial, lo que significó  500 pesos  la consulta y 1 500 la factura por  solo 6 medicamentos. Es posible ir al servicio  público, se paga con el seguro, el que lo tenga, pero la atención no es inmediata. ¿Cuántas familias podrán darse este beneficio? Y no tan solo esto, también tiene precio medirse la presión arterial y hasta una simple receta. Pienso en las  viejitas del Micro C, mis vecinas, allá en Ciego  de Avila, que atormentan al Médico de la Familia reclamando, sin costo alguno, más de un medicamento. Por suerte cargué con mi Atenolol, que vale caro.

Recientemente los medios reseñaron el caso de José Sánchez Carrasco, jornalero de 30 años, que murió en las afueras de un hospital después de cuatro días esperando  ser atendido, una mujer pobre paría en el jardín de una clínica, un niño de 12 años, Fernando Casanova Chávez necesita de 74 mil pesos para una compleja  operación en una de sus piernas, mientras los padres de la pequeña, de solo ocho meses,  Samantha Quijano Barredo están desesperados por no tener  los 350 000 pesos para una operación urgente en el corazón y  corregirle una tetalogía de Fallot.

Con esta realidad a mi alrededor, solo recurro, cada noche, al Señor, Rey de Reyes, Amor y Victoria, para que nos de mucha paz y sobre todo salud, mucha salud a la familia y trabajo seguro (sin dejarme fuera), para el sustento y bienestar y así enfrentar el consumismo y que por favor, nos  libere de las mordidas de perros.

Gracias, Mérida por acogernos. Mande!

 *Disfrutando con la nieta un paseo por el zoológico El Centenario, en Mérida. Muy impresionante

1 comentario

lubia -

al parecer te estás acomodando a vivir en Mérida, lo mejor, entre tus hijos, solo una OBSERVACIÓN, que con las glorias no se te olviden las memorias, esas que te hicieron sentirte ROBERTO