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Cuba: Ni Praga, ni Berlín

Por Roberto del Valle Menèndez

 En diciembre de 1990, en respeto a tratados vigentes, formé parte del último grupo de turistas cubanos a Checoslovaquia. De un día para otro el socialismo había dejado de existir.

  La pornografía era la atracción en los estanquillos, los atributos del Ejército Rojo se vendían como souvenir, cerraron fábricas, aparecía el desempleo, los niños ya no vestían como pioneros, en el metro de Praga se observaban mendigos, los mercados abarrotados de productos a altos precios, las plazas y avenidas cambiaban de nombre, monumentos y obeliscos eran destruidos, la delincuencia subía en sus índices y el complejo histórico Lìdice, en recordación a la matanza de su población civil por venganza nazi, amenazaba con cerrar.

También como turista había estado en la RDA en 1984, y me impresionó el bienestar material de su población, donde tener empleo seguro, casa propia, incluso de descanso, y auto, era una garantía. La joven alemana-chilena, Jazmina, eficiente traductora, vivía de felicidad en esos días de septiembre pues con sus 17 años acababa de recibir un moderno apartamento de soltera. Solo cuando fue derrumbado el Muro de Berlín, comprendí que no era suficiente contar con esa riqueza material para mantener y desarrollar el socialismo. La llamada Vitrina del Socialismo dejaba de existir.

Cuba no estuvo  ajena a los avatares de la desaparición del campo socialista que significó para los cubanos el inicio de una profunda crisis económica que  comenzó a llamarse  “período especial”, y que recientemente en una de sus Reflexiones nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro afirmó categóricamente que aún no había desaparecido.

En Miami, centro operativo de la Mafia anticubana y de toda acción terrorista contra la Isla,  se preparaban las condiciones  para festejar desde allí, y  desde La Habana, la desaparición  de la Revolución. La lógica no indicaba otra cosa. Cuba  dejaba de recibir los beneficios del comercio con el campo socialista  y en particular con la URSS.

Las consecuencias no solo fueron económicas, sino también en la pérdida de valores por las propias carencias materiales que se generaron.  A todo esto se unió un recrudecimiento del bloqueo económico, financiero y comercial que se reporta por encima de 90 000 millones de dólares, un balance solo capaz de soportar  un país con una  estructura económica consolidada y  una dirección política y de gobierno que estableció prioridades de desarrollo,  adoptó medidas de apertura al mercado internacional y  puso a un lado los consejos de aplicar el neoliberalismo como solución a los problemas.

Ahora la Isla ha sufrido  los embates de dos potentes huracanes: Gustav e Ike, con un balance millonario muy desfavorable para la economía del país,  con serias afectaciones a más de medio millón de viviendas y a la infraestructura industrial, social, educacional y cultural, más una producción agropecuaria seriamente dañada.

 Aún cuando se inicio la recuperación en cada territorio, la realidad está por encima de toda buena intención. Significa esto, por solo señalar un ejemplo,   que no pocas familias se mantendrán evacuadas o en casa de familiares o amigos como muestra de las raíces solidarias del cubano,  pues no tendrán una solución inmediata a sus hogares.  Pero nadie, absolutamente nadie se puede sentirse  desamparado y sin esperanzas  para que su problema quede resuelto.

La Isla no es un edén. Hay limitaciones materiales  agravadas por el Gustav y el Ike, y sueños por realizar, pero  lo que jamás  puede falta entre los cubanos es la unidad, la solidaridad, la compresión, la humildad, la ayuda desinteresada, la honestidad y el trabajo consciente, con más productividad, eficiencia  y el uso racional de cada recurso como la única vía para avanzar.

Vigencia de nuestro José Martì: “Tienen los pueblos, como los hombres, horas de heroica esperanza, cree hallar en sus  héroes, sublimados con el ejemplo unánime, la fuerza y  el amor que han de sacarlos de agonía; o cuando la pureza continua de un alma esencial despierta, a la hora misteriosa  del deber, las raíces del alma pública”.

 

 

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